Comentarios: Francisco Valenzuela

Presentación del libro
mayo 30, 2016
Palabras del autor el día de la presentación
julio 20, 2016
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Comentarios: Francisco Valenzuela

Comentario del Profesor y Humanista Francisco Valenzuela

Cuentos del circo nos regala historias repletas de una gama de colores tan ricos, de trazos y dibujos tan bellos, tan de ensueño, como lo son las sedas mimadas en el trabajo por quien ha envuelto la vida de Victoriano en algo tan sutil, tan delicado, como lo son ellas mismas.

De la chistera del autor van a nacer, como por arte de ensalmo, una galería de personajes tan humanos como fantásticos al mismo tiempo. Estos seres nos sumergen en un mundo onírico sólo perceptible, comprensible, para quienes miran la vida con la inocencia que reflejan los ojos de un niño.

La lectura de este libro quedaría vedada para aquellos que se han dejado convertir en “siervos del suelo” que viven inmersos en una soledad anodina, egoísta, intranscendente, y han renunciado a volar liberándose de la “ley de la gravedad” que ata, oprime y deshace la ilusión, al impedir ver cada minuto de la existencia iluminado por los destellos multicolores del caleidoscopio. Adentrarse en sus páginas puede suponer la cura de estas almas empañadas, incluso cubiertas de lodo, de esos corazones endurecidos desprovistos del afecto de la familia y la amistad, corazones que perdieron  el horizonte de lo que significan la bondad, el humor, la capacidad de empatizar con la alegría o la tristeza ajenas, la humildad, el disfrute de lo sencillo, de lo natural que son, en definitiva, lo único que llena la vida de felicidad autentica.

En consecuencia, no prohibamos su lectura a nadie, al contrario, invitémosles  a la gran y extraordinaria aventura de redescubrir su esencia más genuina e íntima como seres humanos, a salvarse en definitiva de cadenas herrumbrosas a través de la reflexión pausada de páginas cargadas de sorpresa, ingenio, mensajes dirigidos a corazones atentos o necesitados. Es por esta causa por la que debemos sentar en el patio del circo -en su función de las cinco, cuanto antes- a “La Desilusión”, al “Rencor”, a “La Mentira”, a “La Herida del alma”, a “La Opulencia”, a las “Maldades”, a “Las Desdichas”, y el milagro surgirá inevitable, como estallará el descubrimiento de la primavera.

No hagamos de nuestras vidas algo puramente mensurable, donde peso y medida, apariencia y cálculo interesado prevalezcan. Es esto lo que Victoriano quiere decirnos cuando sentencia  que “La Magia es más importante que las Matemáticas”. Es un suicidio reducir nuestra condición humana a ciencia exacta, somos más, somos mucho más; somos libertad en lo eterno cuando tendemos las palmas de nuestras manos a las del otro yo que busca ayuda, refugio, comprensión, nuestra sonrisa, nuestro cariño; parece que hubiésemos olvidado que la vida es para amar y sentirse amado, si no fuera así poco o nada valdría.

¡¡PASEN, PASEN Y VEAN EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO!!

Incluso en la tragedia de los hombres suele cabalgar un guiño de lo hilarante que debemos descubrir para frenar en seco “la gravedad del suelo”. Así sucede en la historia de Bella o la del Hombrefuego o, esa misma tragedia, sirve para reafirmar la amistad cargada de ternura -comprensiva hasta lo extremo-  que se hace promesa, profecía, en el Domador Manco y el León Jhon.

“Nadie sabrá si hizo bien al beberse el elixir del hada”. Esto se nos dice de Rafa el duende. Victoriano, no pretendo ser de los más listos de la clase como lo eran tus compañeros “El Sabeor” o “El Grillo”, pero creo que Rafa se equivocó en parte. El Hada Lola otorgó al duende casi todos los beneficios del paraíso terrenal, pero cayó en el pecado de origen, quiso ser un “sabelotodo”, sabelotodo un tanto glotón y autosuficiente; de pronto se encontró con la dureza del mundo, aunque ese mismo mundo la paliara con fantasía, ilusión, en el más grande espectáculo del mundo; y a pesar de que Rafa pudiera ser testigo del descubrimiento de la risa en  aquella niña, que no sabía lo que era hasta los seis años; milagro más que comprensible bajo la carpa del circo en La Aldea de la Luna.

Nuestro amigo, el autor, prodiga a lo largo de la obra otros guiños a sus padres, a su mujer -Pepitina-, a sus hijos -Helena, Victoria, Quicu-…, haciéndoles partícipes directos en algunas de las narraciones, que van configurando un mosaico donde, cada  una de las teselas que lo componen, es tratada con un mimo absoluto; una a una  estas piezas rezuman cariño desbordado, ternura, humor a raudales, recuerdos de infancia y adolescencia, latigazos cariñosos a conciencias adormecidas, ensoñaciones que terminan por completar un todo en el que se nos muestra la condición cargada de humanidad de quien, un día, se decidió por momentos olvidar su lucha contra los alérgenos, dar descanso al fonendoscopio, coger papel y bolígrafo para en abrazo hacernos partícipes de su vida interior.

Si alguien se encuentra cansado de las fatigas del camino debe saber que, en el campanario de La Aldea de la Luna, le espera un camastro para recuperar fuerzas perdidas y contemplar la belleza del astro frío en su plenilunio; no estará solo en tan privilegiada atalaya porque las cigüeñas le ofrecerán su compañía.

Lo poético se funde con lo fantástico en los episodios de Nona, Moma y Gnomo: “Se escondían los poderosos rinocerontes como palomas asustadas”. ¿Quién ha podido expresar semejante escena con tanta belleza plástica? Yo la he contemplado en Cuentos del Circo, como he visto -testigo mudo-  a la madre elefanta “hundirse como un planeta en la noche, malherida, en el corazón lloroso del rio grande”. Aquellos animales secuestrados de su paraíso por los hombres-rata tienen que padecer su maldad hasta arribar a su nueva casa, el circo, donde “TODO ES POESIA”. Quién pudiera dar de beber a los hijos del mal aquel brebaje del Hada Lola y Piruja para que navegasen “a la deriva” hasta el “País de Irás y no Volverás”.

Cuántas Cleopatras, como aquella muñeca enfermera, necesitan nuestro mundo para acoger en la pirámide oculta dentro de la Gran Montaña, a “mutilados”, “soldados de ojos ciegos”, “niños sin padre y sin palabras”, a “madres sin sonrisa”, todos ellos frutos amargos nacidos a causa de las guerras. Al abrigo de la Gran Montaña, capaz de convertir las armas de los soldados “en plumas de pavos reales que volaban cerca de la cima hasta las más altas estrellas” semillas fueron sembradas, “Los niños se hicieron hombres”, los ancianos contaron cuentos y “nacieron nuevos árboles”.

Me pregunto: ¿Cuándo “los simios-hombre” abandonarán el laberinto de “la vanidad”, “la ambición”, “el egoísmo”, para rendirse ante la evidencia, ante el testimonio de Caradeángel? Cuando esto suceda “los primates humanos” “VOLARAN” y mantendrán siempre “el resplandor a su paso que hace belleza del aire que tocan”, serán libres en el agua; no nos dejemos pescar. Sólo cuando seamos capaces de reírnos con Gerundio, el payaso tonto, y no de él, habremos dado comienzo a nuestra redención como personas tocadas por mano de lo divino.

Las claves de la felicidad posible se condensan en el delicioso cuento Los ratones coloraos, un auténtico ensayo de filosofía de la vida expuesto con una sencillez, profundidad y belleza pasmosos. Su protagonista, Gerundio -el payaso tonto-, llegó a la verdadera sabiduría, a la felicidad, después de ser durante muchos años el Caminante que manchaba su alma en el trayecto. Vendió “el amor”, “la alegría”, “la amistad”, por “egoísmo y avaricia”. La ciencia, el conocimiento -mal empleados- lo sumieron en la tristeza más absoluta. El personaje nos hace esta terrible confesión: “Y con más saber tuve más oro y más pena”… “Más oro y más soledad hasta que hasta la soledad me dejó solo y sólo quedó el oro”. El reconocimiento de sus propias miserias y la ayuda de Los ratones coloraos operan la transformación, para que en él se encarne “el más sabio Payaso tonto” que “rompió sus bolsillos para nunca jamás guardar nada”, darlo todo y así ser inmensamente feliz.

Y así, poco a poco, desfilan ante nuestros ojos un abanico de personajes a cual más entrañable, que se mueven en escenarios oníricos -surrealistas, dalinianos- pero con un único propósito: dejarnos un mensaje de esperanza. Dejo al lector su descubrimiento que yo he gozado en medio de emociones, sonrisas, risa…

Querido Victoriano, creo que Cuentos del Circo es la mejor receta que has podido prescribir en tu vida porque sus efectos van directos a la cura de alma y corazón porque, como tú mismo indicas en el delicioso relato lleno de humor de Los Cartagineses, lo realmente importante no es llegar muy lejos sino muy alto.

Me olvidaba. Bolita, protagonista entre otros cuentos de Ochío dise, Bola o balón, Avión a reacción a chorro, El día “D”,… Bolita se cuela de rondón en otras aventuras acompañado de su inseparable caballo de cartón con ruedas Ramallets. A ese niño de cara redonda, mofletuda, con ojos azules de cielo limpio, os será fácil encontrarlo porque en la Aldea de la Luna hay una sola calle que termina en el trigal de la burra, y si miráis con atención a vuestro alrededor quizás podáis verlo muy cerca.

Gracias por este regalo, amigo.

Paco Valenzuela


 

Querido Amigo: Quedo enormemente agradecido en primer lugar por el tiempo que has dedicado a leer tan profundamente mi obra.

Está escrita para los corazones y veo que te ha trasladado sentimientos y espero que positivos.

A un amigo Psiquiatra que me ha preguntado por mi libro le he dicho algo así como: “Léetelo, es como un psicoanálisis para reeditarnos”.

También lo tienen o tendrán Veterinarios, Tenderos, Azafatas en el cielo… creo que de los 15 a los 115 años puede enseñar a pensar (ahora que no se estudia Filosofía) y, cuanto menos, a sonreír y fantasear como niños.

Veo que me has entendido y ya te comenté en una conversación reciente: Ésa es mi mayor satisfacción como creador de éstos Cuentos.

GRACIAS por tus innumerables elogios.

De todas las frases, de todas las palabras, de todas las ideas vertidas; pensando en HOMBRES como tú me quedo con una:

AMIGO

Un sincero abrazo

 

Victoriano